lunes, febrero 05, 2024

Una historia de números y encuentros mágicos (Cuento)

Había una vez una joven de nombre Lourdes, cuyo corazón latía al ritmo de la escuela. Sus notas destacaban siempre por su excelencia, resultado de las incontables horas que dedicaba al estudio después de las clases. Lourdes comprendía la importancia de ir más allá del tiempo que la mayoría de los jóvenes invertía en las aulas. Su constante empeño y dedicación le granjearon el respeto de maestros y compañeros, quienes frecuentemente la buscaban en busca de su ayuda. Aunque Lourdes anhelaba contribuir aún más, su rígido ritmo de estudio la mantenía apartada de los demás, a pesar de sus buenas intenciones.

La escuela que Lourdes frecuentaba ofrecía un variado programa de materias, tanto obligatorias como opcionales. Entre estas últimas, Lourdes se sentía atraída por todo lo relacionado con los números. Posiblemente, esto se debía a las experiencias compartidas con su abuelo, un destacado matemático que solía jugar con ella entre ecuaciones y risas. Además de obtener sobresalientes en matemáticas, Lourdes participaba regularmente en competencias regionales, poniendo a prueba su destreza frente a otros estudiantes brillantes de diferentes escuelas.

Los padres de Lourdes, siempre atentos a su desarrollo tanto dentro como fuera de la escuela, jugaban un papel fundamental en su vida. A su madre le encantaba cocinar, y a menudo encomendaba a Lourdes la tarea de pesar y contar los ingredientes necesarios para los platillos. Por otro lado, su padre, apasionado por el deporte y las carreras de autos, encontraba en Lourdes una aliada que recordaba las estadísticas de los pilotos durante las transmisiones.

Una soleada mañana de mayo, Lourdes montaba su bicicleta hacia la escuela, contando alegremente personas, perros, postes y semáforos en su camino. Siempre precavida al pedalear, esa mañana, al llegar a una esquina, se encontró con un pequeño niño corriendo fuera de una tienda. Con instinto protector, Lourdes realizó una maniobra para evitar lastimar al pequeño, pero su suerte no fue la misma. Chocó contra una pared y cayó. Testigos preocupados acudieron en su ayuda, notando el golpe en su cabeza. Sin embargo, al responder preguntas básicas, todo parecía normal.

Tras recuperarse y continuar su camino hacia la escuela con su bicicleta maltrecha, Lourdes decidió no mencionar el incidente a sus compañeros, a pesar de haber evitado una tragedia minutos antes.

En el aula, lista para la clase de matemáticas, el profesor inició su lección. Al preguntar a Lourdes sobre una ecuación, todos se sorprendieron al verla en blanco. Los números, que siempre habían sido su fuerte, habían desaparecido de su mente. En medio del desconcierto, Lourdes, sin comprender su propia situación, comenzó a llorar.

Los compañeros susurraban, sugiriendo razones incorrectas para su cambio. La verdad era que, aunque Lourdes se sentía abrumada, no había perdido interés en la escuela ni enfrentaba problemas en casa. El profesor, sin entender el motivo, se acercó para consolarla y comprender la razón detrás de su incapacidad para responder.

Lourdes, pidiendo permiso al profesor, se retiró al baño acompañada de sus amigas para reflexionar sobre la extraña situación. Entre lágrimas, se resistía a aceptar la pérdida de su conexión con los números.

Al regresar a casa, Lourdes compartió el incidente con sus padres. Su padre sugirió consultar al médico, mientras que su madre recordó a una amiga cuyo padre había enfrentado un problema de pérdida de memoria. Lo curioso era que, en el caso de Lourdes, el problema se limitaba únicamente a los números.

Con el paso de los años, resignada a la pérdida de su habilidad más preciada, Lourdes optó por estudiar otras materias ajenas a los números. Se graduó como socióloga y dedicó su vida a comprender a los seres humanos en profundidad.

Aunque sus conocidos reconocían su disciplina y formación, sabían que en su rostro faltaba la sonrisa provocada por los números ahora inexistentes para ella.

Un miércoles, después de aproximadamente veinticinco años, Lourdes recibió una visita en su pequeño cubículo. Como profesional dedicada a la enseñanza, esta vez de sociología, fue sorprendida por un joven apuesto. Al acercarse, le preguntó si lo recordaba. A pesar de sus esfuerzos, Lourdes no logró identificarlo.

El joven le mostró un cuaderno con el nombre de Lourdes, explicando que provenía del día en que, al intentar evitar lastimarlo, ella cayó de la bicicleta y golpeó su cabeza. Lourdes quedó atónita ante la historia y, aunque el joven no recordaba mucho, la fecha era clara: el miércoles 6 de junio de 2001. Venía a agradecerle por el gesto que demostró el valor de una vida.

Al escuchar la fecha, la mente de Lourdes se iluminó. Recordó la hora, las 7:30 de la mañana, cerca de la avenida 15 oriente sur. Ese encuentro mágico le devolvió los números perdidos durante tantos años.

Antes de que el joven partiera, Lourdes le dio un cálido abrazo. Con una sonrisa, él se retiró.

Ese momento mágico reavivó la pasión de Lourdes, permitiéndole dedicar su tiempo completo a la enseñanza de las matemáticas.

domingo, febrero 04, 2024

Un viaje a través de las páginas (Cuento)

Érase una vez en un pueblo muy limpio, donde al fondo de una de sus calles, se veía a un niño con poca ropa. Su nombre, Roberto. El niño vestía así porque pertenecía a una familia sumida en la pobreza. Su padre, enfrentando problemas de alcoholismo, dilapidaba el escaso dinero que ganaba en la bebida. Además, la madre tenía la responsabilidad de cuidar a los otros seis hermanos de ese pequeño, lo que significaba que el poco dinero debía usarse principalmente para la comida. Si sobraba algo, se destinaba eventualmente a la compra de ropa usada. Los menores eran los menos afortunados, ya que tenían que conformarse con prendas ya usadas por los mayores durante años. La misma dinámica se repetía con las escasas cosas que tenían en casa como juguetes viejos o muebles desgastados.

A pesar de la pobreza que rodeaba a la familia Roberto, la casa albergaba libros. Estos objetos llegaban a la familia gracias a la madre, quien los recolectaba cuando podía, ya fuera en lugares donde trabajaba o gracias personas generosas que los regalaban, e incluso los encontraba abandonados en la calle. A pesar de la situación de pobreza, la casa mantenía su limpieza. De alguna forma, esa era la manera en la cual la casa llevaba una característica similar a la del pueblo.

Por otro lado, los habitantes del pueblo compartían un amor por la lectura. Cuando la gente viajaba en autobús, solía sumergirse en la lectura, ya fuera un libro o el periódico semanal, informándose sobre eventos no solo en el pueblo, sino en los pueblos aledaños. En esa comunidad, las novelas eran las preferidas; algunos se interesaban por la ciencia y unos pocos por la filosofía. Estas historias daban sabor a sus vidas, retratando situaciones que los habitantes experimentaban, y buscaban respuestas en cada página. Sí, los lectores buscaban desenlaces para sentirse reflejados de alguna manera en esas historia. Algunos querían experimentar una aventura; otros, anhelaban un final feliz.

Aunque la madre de Roberto no sabía leer, entendía que los libros brindaban esperanza, observando las emociones que despertaban en aquellos que los leían. Cada vez que alguien llevaba consigo un libro, una sonrisa o un llanto acompañaban su lectura. En otras palabras, los libros evocaban sentimientos, transportando a las personas a otras realidades a pesar de estar inmersas en la cotidianidad.

Lo que la madre de Roberto anhelaba, a través de los ojos de su hijo, era que la familia pudiera explorar otros lugares, experimentando emociones diferentes a las que les imponía la pobreza. Sin embargo, ella se enfrentaba al desafío de cómo lograr que Roberto aprendiera a leer.

Aunque la escuela parecía la opción natural, las limitaciones económicas lo impedían. Muchos niños, llenos de esperanza, asistían a la única escuela del pueblo con la expectativa de aprender, pero la falta de dinero para uniformes y materiales escolares, como cuadernos y lápices, obstaculizaba el camino de Roberto. Además, la madre sabía que la entrada a la escuela expondría a Roberto al rechazo, ya que ella misma había experimentado el desprecio debido a su apariencia con ropa desgastada, zapatos rotos y rostro cansado por el constante trabajo en su casa y en ocasiones, fuera de ésta.

La madre, en su búsqueda constante de libros, un día se acercó a una mujer que estaba sentada en un parque, leyendo. Aunque la madre no podía leer, intuyó por la expresión de la mujer que ese libro podría cambiar la vida de su hijo. La madre se acercó lentamente y preguntó por el título del libro. La lectora se dio cuenta que la madre no sabía leer. Así, al percatarse de la situación, la lectora decidió leer en voz alta la portada, sin hacer sentir mal a la madre. Intrigada por el motivo de la pregunta, la lectora indagó sobre el propósito de conocer el título sin saber leer. La madre explicó que soñaba con ver a su hijo aprender a leer y expresar las emociones que la lectora experimentaba. Conmovida, la lectora ofreció enseñar a Roberto a leer, pidiendo solo una hora diaria en su casa.

La madre, incrédula, argumentó que no podía pagar por ese tiempo, pero la lectora insistió en que lo hacía por el deseo de ayudar. Consciente del poder transformador de los libros, la lectora vio la oportunidad de cambiar no solo el futuro de Roberto, sino también el de toda la familia, siempre y cuando continuaran apoyándolo a pesar de sus difíciles condiciones. La madre, entre lágrimas, aceptó la generosa propuesta, marcando así el comienzo de una transformación en la vida de Roberto.


Una historia de números y encuentros mágicos (Cuento)

Había una vez una joven de nombre Lourdes, cuyo corazón latía al ritmo de la escuela. Sus notas destacaban siempre por su excelencia, result...